Dentro de todas las profecías cumplidas en las horas de Cristo en la cruz esta destaca por la precisión con la que individuos ajenos totalmente a Israel y a sus Escrituras son el medio por el cual se cumple la profecía. Si bien, algunas profecías fueron de alguna manera buscadas para ser cumplidas por Jesús, como cuando pide que se le consiga un asno para entrar a Jerusalén, dando a entender que lo hizo consciente de que era una profecía (Mt 21:1-5), este hecho se encuentra totalmente fuera del control de Jesús y de cualquier persona.
Los soldados, sin tener idea de tales oráculos, cumplieron la costumbre de la época al repartirse la ropa del condenado; un pequeño botín por su trabajo, pero algún uso tendría; sobre todo, cuando llegaron a la túnica, la cual, nos detalla Juan, era sin costura. Una prenda de ese tipo era muy valiosa por el trabajo que representaba elaborarla, repartirla era una idea sin sentido, así que, sin pensarlo, echaron suertes para ver quién de ellos se la quedaba.
La cita corresponde a Salmos 22:18, es tan precisa que no deja de maravillarnos. Repartieron entre sí. La guardia romana, encargada de ejecutar a un reo, siempre estaba formada de cuatro soldados. Así que, tomaron cada uno una prenda: manto, sandalias, cinto y un turbante o paño de la cabeza. Todo esto era parte común de la vestimenta del judío de la época.
Hasta ahí no hay problema, pero queda una quinta prenda, la túnica, ¿quién tenía derecho a quedársela? Fácil, tal como lo dice la Escritura: echaron suertes para saber quién sería el afortunado.