es una frase para introducir un acontecimiento del Antiguo Testamento que prefigura la obra de Jesús y la base sobre la cual Dios concede el nuevo nacimiento a los hombres. En esos días de Moisés, los hombres que miraban con fe a esa serpiente levantada en el desierto, eran salvos de morir (Números 21:4-9). Siempre ha sido la misma base de la salvación: ¡la fe!
Ahora, dice Juan, “es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado” y quien le mire y crea en él, será salvo. Obtendrá ese nuevo nacimiento, será declarado justo ante Dios (Ro 5:1), obtendrá la vida eterna (3:15).
La salvación es “para que todo aquel que en ÉL cree”. Se enfatiza la universalidad del amor de Dios. No hay razas, lenguas, pueblos o naciones que Dios excluya de su amor. La Palabra recalca en varios lugares que, todo hombre es pecador (Ro 3:23), no hay justo ni aún uno (Ro 3:10), que todos los hombres se alejaron de Dios (Ro 1:21-23). La oferta es bien clara todo aquel que en Él cree no se perderá, sino que obtendrá vida eterna.