Después de patentado el milagro de la alimentación de una gran multitud, y considerarse testigos oculares del acto en sí, “Aquellos hombres… dijeron: Éste verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo”. Aunque podemos apelar aquí al conocimiento que de las Escrituras pudiesen tener algunos de ellos, dicho conocimiento sería escueto, al valorar a Cristo como prospecto a un simple rey, siendo el Rey de reyes. Esperaban un Mesías libertador, uno que mediante la guerra los libertara del yugo romano; sin embargo, Jesús era más que eso, era el único que tenía el poder para liberarlos del pecado (Mt. 1:21).
El entendimiento de Jesús es perfecto, su conocimiento de los hombres es exhaustivo, de tal manera que comprende las intenciones de la multitud al querer proclamarlo rey. Su respuesta fue la acostumbrada: “volvió a retirarse al monte él solo”; es decir, volvió a su aparente soledad, misma que se traducía en una comunión plena, en oración, con su Padre celestial.