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La mujer adúltera, Juan 8:1-11  

Jn 8:10-11 “Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más”

Para Jesús, sus preguntas no necesitan una respuesta; sin embargo, para ella sí. Se habían ido los escribas y los fariseos, y la gente que los seguía; no hay nadie, no hay acusadores, no hubo en ellos dignidad para seguir acusando, mucho menos para emitir un juicio y ejecutarlo. ¿Alguien te condenó, mujer? “Ninguno, Señor”.

Aflora en la mujer la humildad y tranquilidad del penitente sincero, cuyo arrepentimiento le dice al corazón que no hay más condenación. Incluso al estar ante Jesús, y darse cuenta que ese hombre es el único que, por carecer de pecado, podría lanzar la piedra en su contra, la mujer se siente confortada al escuchar sus palabras: “Ni yo te condeno”.

Hay en Jesús un amor desmedido por el pecador, a pesar de su condición, y lo demuestra al perdonar su pecado. Nótese también que Jesús no pasa por alto el estado pecaminoso del que la mujer ha salido, pues, no solo no la condena, sino que también le aconseja alejarse de su maldad: “vete, y no peques más”. No hay mayor satisfacción que el perdón de los pecados, y el subsecuente alejamiento del mismo, para vivir en santidad.