Ayes sobre las ciudades impenitentes; 10:13-16  

Lc 10:16 “El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió”.  

Esta cadena o concatenación es muy bella. El rechazar lo que escucharon de los apóstoles era rechazar la voz de Jesús y al final era desechar al que lo envió: al Padre. Algunas personas pueden decir, - “yo me humillo a Dios, pero no a los hombres”, quizá lo que realmente quieren señalar es que - “nadie me debe decir qué hacer”, y quizá, al igual que Capernaum, su soberbia los llevará a ser abatidos hasta el Hades mismo. La cadena de rechazar a Dios no la atribuye Jesús al mismo momento de llegar ante el Padre y decirle “Padre Celestial, te rechazo en este momento”. Los de Capernaum dirían: “pero, ¡jamás dijimos eso!”. El rechazo se contabiliza desde el momento que les dieron la espalda a las palabras de los apóstoles. Allí comenzó la caída de un pueblo y así comienzan las caídas de las naciones actuales; - “¡preséntame a Dios y creeré en él!”, dicen muchos envalentonados por su propia soberbia, y no se dan cuenta que al desechar las palabras del enviado a sus vidas ya empezó su propia caída hacia el infierno, y en realidad… nunca verán a Dios.