Misión de los setenta, Lc 10:1-12  

Lc 10:4-6 “No llevéis bolsa, ni alforja, ni calzado; y a nadie saludéis por el camino. En cualquier casa donde entréis, primeramente, decid: Paz sea a esta casa. Y si hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá a vosotros”.  

(Para una explicación sobre “bolsa, alforja” leer el comentario en Lucas 9)
El Reino para que funcione bien, requiere obreros de fe, quienes busquen la verdadera dependencia en Dios, no de sus propias estrategias y habilidades.
Pareciera antisocial que el Señor prohibiera a los enviados que saludasen a las personas, sin embargo, se debe considerar que el saludo oriental dista mucho del saludo occidental, en donde se saludar dando la mano y diciendo “hola”. Lucas 7:45 menciona la queja del Señor al no recibir beso de su anfitrión, pues cuando las personas se encontraban, se daban beso, de allí que el apóstol Pablo nos insta a saludarnos con beso santo más de una vez (Rom. 16:16; 1 Co. 16:20; 2 Co. 13:12; 1 Ts. 5:26) y el apóstol Pedro también lo recomienda (1 P. 5:14).

Si se encontraban a conocidos o interesados en saludar se llevaría todo un ritual: el abrazo, beso y obligatorias preguntas por la salud y la familia. Eso llevaría tiempo, un recurso ya de por sí escaso para el Reino, especialmente en esos momentos. El saludo que Jesús recomendó es: “paz sea a esta casa”. Un saludo oriental, el clásico “Shalom” entre los pueblos semitas. Si había en esa casa un “hijo de paz” (un hebraísmo de filiación) es decir, una persona digna, de buena reputación, allí deberían quedarse y no salir, no estar cambiando de lugar en lugar, ya que esa inconstancia no traía beneficio a la predicación.

Los modismos son peculiaridades muy endémicos o personales de una zona, región, cultura o grupo social. Los semitas usaban mucho el modismo de filiación para indicar que a quien se le aplicaba tenía las características que lo ligaban como “padre”. Es así que los “hijos de paz” que se mencionan en este texto sugiere que las personas eran realmente calmadas y pacifistas, no se metían en líos, prosperaban por su trabajo, tenían bienestar familiar y social, en otras palabras, eran personas dignas. La Biblia nos menciona muchos modismos de filiación que se deben interpretar correctamente pues, de no hacerlo, traerán confusión: Hijos de sabiduría: gente prudente y que manifiestan acciones sabias (Mt. 11:19); Hijos del trueno: personas cuyo carácter es muy violento (Mr. 3:17); Hijo de ira: persona sobre la que pesa la condena del Señor (Ef. 2:3); Hijo de perdición: alguien que está condenado, lejos de la salvación (Jn. 17:12); Hijo del Diablo: que está bajo el dominio y potestad del diablo y que además comparte características de él (Jn. 8:38); Hijo de muerte (2 S. 12:5) que la RV60 traduce “digno de muerte”.

Lo especial con “la paz” que los discípulos llevaban es que se podía compartir. Si alguien les recibía la paz, ésta “reposaba” sobre la casa. Al hospedar a los discípulos de Jesús, recibían al Hijo y al Padre. La condición para esta bendición es que los enviados actuaran según la instrucción de quien los envía, no bajo sus propias estrategias o sabiduría, sino caminando siempre en los preceptos trazados por Jesucristo. Si la persona no era digna, la paz no se quedaba allí. Es curioso que una bendición tan excelente se menosprecie, pero que aquella persona que hospeda un profeta, la recompensa de un profeta recibe (Mt. 10:41).