Una vez recibida la orden de Jesús, estos leprosos accionaron en fe, pues no dudando corrieron hacia la aldea donde se encontraban los sacerdotes. Así como lo marcaba la ley: “cuando el leproso se limpiare: el sacerdote saldrá del campamento y examinará al enfermo y si este ya estuviese sano de la plaga de lepra cumpliría el ritual de limpieza” (Lv 14:2,3). Algo glorioso sucedió, pues en el camino fueron limpiados, la obediencia a la palabra que escucharon les trajo lo que anhelaban.
La palabra de Dios dice: “Dios mío a ti clamé y me sanaste” (Sal 30:2). La gratitud de este salmista no se hizo esperar y su lamento fue cambiado en baile, no pudo callar y cantó: ¡Jehová,gloria mía, gloria mía¡.
Al igual que los autores de otros salmos que recibieron lo que anhelaba su corazón (Sal 30:11,12; 103:1-4; 107:20-22; 116:12-15).
Ante tal milagro uno de los hombres no pudo callar, tenía que decirlo muy fuerte y que todos lo pudieran ver y oír. Corrió apresuradamente y al llegar ante Jesús se postró en un acto de rendición total, actitud de humildad y reconocimiento de que se encontraba ante un ser supremo.
Para meditar: Otros personajes de la Biblia hicieron lo mismo. Pedro, cuando se postró ante Jesús reconoció que era un pecador (Lc 5:8), Cuando Abraham se postró, Dios habló con él (Gn 17:3). Los magos se postraron al ver al niño reconociendo su majestad (Mt 2:11). El creyente agradecido también se postra ante Jesucristo para agradecer las bendiciones que recibe.