Jesús utiliza a los niños como un símil; un ejemplo de franqueza e inocencia. La persona que acepta a Jesucristo como su Salvador, aunque físicamente sea un adulto, espiritualmente se dice que es un niño (1 P 2:2). El niño todo lo cree y todo lo espera. Tal debe ser la actitud del creyente, creer en las promesas y anhelarlas constantemente, eso lleva a gozar las bendiciones del reino.