Arduo trabajo es enseñar a los seres humanos el camino correcto. Apenas les había instruido sobre ser pequeños y los discípulos ya necesitaban otra lección. El llamado “discípulo del amor”, Juan, por su interminable uso de la palabra “amor” en sus cartas, y su postura siempre ecuánime y de gran caridad, es en este momento un justiciero y juez; un superintendente de la asociación religiosa que se está apenas formando. Juan sabe quién debe tener credenciales ministeriales y quién no, semejante a esos hermanos que murmuran: “¿cómo es posible que el pastor permita predicar a fulano(a)?”, así se sintió Juan junto con otros, capaz de decidir por Dios a quién se le permite tener llamamiento y a quién no.
Pocas personas se atreven a entrar en el terreno de la liberación demoníaca y tener verdadero éxito; los apóstoles, sintiendo celos, le prohíben a este “alguien” que deje de hacerlo. Anteriormente nueve discípulos fueron avergonzados por un demonio que residía en un muchacho “lunático” y ninguno pudo sacarlo; ahora, un solo hombre, con fe, expulsaba eficientemente a los espíritus inmundos y se nota que no lo hizo una sola vez sino varias, pues se usa plural en la acción, y los exclusivistas apóstoles le prohibieron seguir en su buena obra, al igual que los sacerdotes les prohibirían a los discípulos dejar de predicar en el nombre de Jesús (Hch. 5:40). La razón que esgrimían es que no anda “con nosotros”.
Para meditar: Cuando un miembro o ministro se sale de una congregación o denominación puede surgir el celo y el deseo de desprestigiarlo; e incluso, se busca que “nadie invite” a estas personas por la simple razón de que “no siguen con nosotros”. Recordar que Dios es quien da el respaldo a estos ministerios y no los hombres. Si es de Dios permanecerá.
La respuesta de Jesús, siempre sabia y sanadora, les indica a los apóstoles que no hagan eso, puesto que estos “para-discípulos” si no están en contra de Jesús en realidad beneficiarán la obra en general, pues las almas liberadas de la opresión maligna son prueba de ello.