Jesús sana a un paralítico, Mr 2:1-12
(Mt 9.1-8; Lc 5.17-26) 

Mr 2:12 “Entonces él se levantó en seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa”. 

Fueron tres mandatos que el hombre tuvo que obedecer en ese orden: “levántate, toma tu lecho y vete a tu casa”. Jesús hizo dos obras imposibles de realizar por el ser humano: perdonar pecados y sanar; pero el paralítico debía hacer lo que él sí podía, y lo hizo. La fe que tuvieron sus amigos para llegar hasta Jesús a pesar de la multitud, y la obediencia del hombre postrado, propició la intervención de Jesús para que el milagro sucediera. Todos fueron testigos del poder sobrenatural que las palabras de Jesús tuvieron. Era una realidad, el reino de los cielos se acercó y ahí estaba Dios, reconciliando consigo al mundo. Las personas se asombraron, y ante aquél indiscutible milagro toda la gloria fue para Dios. Este evangelio destaca, al menos en diez ocasiones, el asombro que las enseñanzas y los hechos milagrosos de Jesús producían en las multitudes que lo seguían. (Mr. 1:22; 2:12; 5:20, 42; 6:2, 51; 7:37; 10:26; 11:18; 15:5).

Para meditar: Queda demostrado que Jesús perdona pecados y realiza milagros, pues tiene autoridad sobre toda enfermedad y sobre toda la creación. Este hombre regresó a su casa con doble bendición: libre de pecado y libre de enfermedad. Juan 8:36 lo dice claramente: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”. Es necesario entender que cada vez que acudimos al Señor podemos, en su presencia, alcanzar el milagro que necesitamos. Nunca regresaremos igual después de haber tenido un encuentro con Jesús.