Mateo 14:28-31 “Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. 29 Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. 30 Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! 31 Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”.

Personas como Pedro nunca faltan, en todas partes siempre hay osados que no temen ser imprudentes al decir y hacer algo que a los demás ni se les ocurre o les escandaliza. Por eso Pedro es un personaje además de terco y audaz, fascinante.

En esta escena Pedro pide a Jesús que mande ir hacia él, y el Señor accede a esa petición. Pedro bajó de la barca y se dirigió hacia Jesús, pero tuvo temor por un momento y empezó a hundirse. Dejó de ver la mano que le tendía el buen Señor y entonces tuvo miedo. Es interesante ver que el temor lo sobrecogió, sin embargo, en ese momento se trataba de las mismas olas y el mismo viento que por horas había azotado la barca, es verdad que era fuerte, pero no más que momentos antes. Como pescadores estaban acostumbrados a eso, pero la situación de Pedro cambió dramáticamente, le faltó la fe y ahora estaba expuesto y en peligro, es entonces que interviene Jesús y lo salva de ahogarse.

Sin embargo, dígase lo que se diga, acreciéntese el temor de Pedro, pero ¡Pedro caminó sobre las aguas! Algo que ningún otro ser humano ha logrado

Mientras Pedro estuvo centrado en caminar sobre las aguas para llegar a Jesús no tuvo ningún problema; las olas, el viento y la barca era las mismas. Lo mismo ocurre en nuestras vidas, cuando llegamos a Jesús, y mientras nos mantenemos centrados en él, las circunstancias, aunque sean adversas, no afectan nuestra relación con Cristo ni nuestra vida espiritual. Pero todo cambió cuando Pedro dejó de mirar a Jesús.

Para Meditar: Todos pasamos por momentos difíciles, sentimos que nos hundimos y que el mundo se nos viene encima. Culpamos al entorno de nuestro fracaso, y no nos damos cuenta que realmente hemos dejado de fijar nuestra mirada en Jesús y nos ha faltado la fe. Y lo peor, no hacemos lo que Pedro, clamar ¡Señor, sálvame! Igual que con el apóstol, nuestras circunstancias siguen siendo las mismas que cuando iniciamos nuestro caminar con Dios, pero lo que cambia es nuestra perspectiva, y de eso va a depender cómo reaccionamos ante ellas.

Esa forma de reaccionar ante la crisis dice mucho acerca de nosotros mismos, y cuan centrados (o descentrados) estamos de Cristo. Centrados, caminaremos también sobre la adversidad, porque tenemos fija la mirada en el supremo llamamiento que Dios nos hecho. Descentrados veremos nada más los problemas, lo que nos impedirá crecer y hacer la voluntad de Dios, como resultado nos arrastraran al fondo y pronto nos encontraremos argumentando cómo, por culpa de otros o de las circunstancias, no hemos alcanzado el desarrollo espiritual que se esperaba.