Ni siquiera hubo necesidad de que Jesús dijera o hiciera algo. Su llegada a la barca fue motivo más que suficiente para que todo volviera a la normalidad. Como para recordarnos que cuando llega él, su sola presencia cambia las circunstancias que tanto nos agobian. El resultado de experimentar esta realidad era y es una profunda y total adoración, reconociéndole como Dios.
Reflexión devocional: Mirémosle fijamente sin importar lo que nos rodee, confiemos que él tiene el control y que su entrada en escena garantiza nuestra seguridad; como consecuencia, vivamos adorándole y dándole el lugar primero que merece en nuestro corazón como el verdadero y único Hijo de Dios.