La fama de Jesús corría, donde llegaba multitudes acudían para ser sanadas. En este caso, al enterarse de su llegada llevaron la noticia por toda la región y acudieron a su encuentro. En esta parte llama la atención que los enfermos sanaban por tocar su ropa. Esto ejemplifica porque no podemos encasillar a Jesús para que actúe como nosotros creemos; una mujer sanará por tocar su manto, hará lodo con su saliva para sanar a un ciego, a otros les dirá vayan y en el camino sanarán, incluso después sanarán aquellos a quienes les cubra la sombra de Pedro. Dios es soberano, él es el que sana y lo hace como quiere.
Para Meditar: No podemos tocar a Jesús si no nos acercamos lo suficiente. Muchos no lo hacen porque eso implica un compromiso que puede ir más allá de lo “conveniente”. Se conforman con un poco de Cristo, les parece bien con sólo asistir al culto dominical, orar y leer la Biblia de vez en cuanto, quizá también ser un poco más morales que los demás, pero hasta ahí está bien. Sin embargo, esta idea significa que estamos siendo tibios. No hay forma de tocar a Jesús si no es mediante una vida de oración e íntima amistad, tan cercana que el fuego de su Espíritu nos haga arder apasionados por él y su obra. Y la Escritura nos recomienda: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (He. 4:16).