Petición de Santiago y de Juan, Mt 20:20-28 (Mr 10.35-45)

Mateo 20:20-28 "20 Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo. 21 El le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. 22 Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos. 23 El les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre. 24 Cuando los diez oyeron esto, se enojaron contra los dos hermanos. 25 Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. 26 Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, 27 y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; 28 como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos."

Para Meditar: He aquí una solicitud desafortunada, como las madres de los reyes del antiguo testamento, la madre de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo y adjetivados por Jesús como “los hijos del trueno”, protagoniza este pasaje; se acerca a Jesús con una petición inusual: “Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda.”

Por supuesto que esta petición no fue sólo de la madre, sino que fue en asociación con sus hijos, cuando menos esto es lo que describe el original griego.

Lo anterior puede interpretarse como un acto de fe, en el reino venidero y en el mismo Jesús como el supremo regente; pero la intención de supremacía de estos dos discípulos sobre sus condiscípulos, provoca un desbalance en la relación interpersonal del grupo. Los diez discípulos se enojan contra estos dos hermanos, asumiendo la posibilidad que Jesús aprobara tal petición. Se tiene que recordar que en ese momento, todavía no había liderazgos reconocidos entre ellos, tal y como sucedió a partir del descenso del Espíritu Santo en la fiesta de pentecostés narrado en Hechos capítulo 2, por lo cual se explica el enojo de estos compañeros de milicia, toda vez que Jesús recién les acababa de hablar sobre su pasión y muerte y esta madre hace esta petición extraña.

Nota ética: Jesús aprovecha la ocasión de forma magistral para enseñar no solo a sus peticionarios cercanos, sino a los cristianos de todos los tiempos sobre uno de los temas de suma trascendencia para el reino de Dios: la sana separación de la iglesia en los temas partidistas en la política y del ejercicio del gobierno terrenal, así como el ejercicio abusivo que se da en casi la generalidad de los poderes terrenales.

Jesucristo hace una marcada diferencia entre la forma y el fondo, del manejo del gobierno en el reino de Dios y la administración de un gobierno humano. El fondo de hacer el reino de Dios tiene un alto costo en todos los sentidos, de ahí la pregunta: “¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?” Y la respuesta de Santiago y Juan fue impetuosa: “Y ellos le dijeron: Podemos.”

Demasiado pronto estos discípulos se dieron cuenta que esa respuesta no fue respaldada por sus hechos, ya que ni siquiera pudieron resistir la presión del arresto de Jesucristo: “…Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron” (Mt 26:56).

Asimismo, la justa separación que Jesús hace entre el César y Dios dura solo algunas centurias. Tiempo después Jesús dijo: “…Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22:21). Ya en el año 313 d. C. el emperador Constantino a través del Edicto de Milán legaliza la religión cristiana, lo que propició el ingreso oficial de personas no nacidas de nuevo, a las iglesias de ese tiempo; además de las consecuentes desviaciones doctrinales que se iniciaron. Sin embargo, habría que reconocer que con este acto se inicia la celebración de diferentes concilios para tratar los temas heréticos, con los que, diversos obispos y líderes de esos tiempos de cuando en cuando trataban de hacer zozobrar la barca del cristianismo. Fue bajo el liderazgo de Flavio Valerio Aurelio Constantino -272-337- (su nombre completo), que se llevó a cabo el Primer Concilio de Nicea en el año 325, el cual concedió legitimidad al cristianismo en el imperio romano por primera vez.

Nota histórica: Asimismo, para algunos historiadores cristianos la decisión del emperador Constantino de legitimar el cristianismo en su imperio obedeció más a una acción política que a una convicción espiritual, toda vez que este emperador fue bautizado prácticamente en sus últimos días de existencia. Aun así, es venerado en la Iglesia Ortodoxa, Iglesias ortodoxas orientales e iglesias católicas orientales. Como un testimonio de su conversión, Constantino ordenó usar en su bandera imperial, lo que se denomina como Crismón el cual es una representación del cristograma o monograma de Cristo, el cual a partir de Constantino los usaron los emperadores romanos. Este Crismón se compone de las letras griegas X (chi) y P (rho), las dos primeras del nombre de Cristo en griego Kristós – el ungido-, en algunas ocasiones el crismón se muestra con otros componentes, como las letras α (alfa) y ω (omega), la primera y la última del alfabeto griego.

Nota ética: Cada vez que Jesús tenía oportunidad dejaba bien sentado la diferencia entre su reino divino y el reino terrenal, ante Pilato: “ Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Jn. 18:36). Cuando le quisieron hacer rey, se escabulló entre la multitud. En este caso, Jesús confronta a todos sus discípulos con instrucciones directas: “Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor,..”.

El ejercicio del ministerio de todos los niveles, desde las grandes denominaciones hasta los liderazgos locales, debe tener la característica de un testimonio íntegro, del respeto y del reconocimiento mutuo. Como lo expresara Pablo a sus jóvenes colaboradores, todos pueden hacer muchas cosas incorrectas, “pero tú no…”.  “Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina… presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza mostrando integridad, seriedad,… Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie (Tito 2:1;7;15).

En la manera de hacer iglesia, todos los líderes siervos deben voltear hacia el máximo ejemplo: el Señor Jesucristo, “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (Fil 2:6). Pablo lo confirmó en su propia experiencia y ejercicio del trabajo pastoral y de liderazgo: “Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres” (1 Co. 4:9). Pablo reconocía que el último lugar es el que le corresponde a un líder-siervo.