Se acercaron a Jesús los principales sacerdotes y los ancianos, aquellos que tenían autoridad y le pidieron a Jesús que mostrara sus credenciales, cuestionándolo sobre qué clase de autoridad era esa que le permitía hacer tales cosas, y quién se la había dado. Probablemente no les interesaba ni lo uno ni lo otro, pero lo que ellos querían era sorprenderlo en alguna palabra que lo comprometiera y poder acusarlo para darle muerte. La trampa era concretamente sobre su enseñanza, ya que para instruir se requería la autorización de otro maestro o del Sanedrín. Esperaban que Jesús contestara que no la tenía, con lo que quedaría desacreditado ante el pueblo y dejarían de seguirlo; por otro lado, si Jesús apelaba a su autoridad como el Mesías, se le podía acusar de blasfemia y condenarlo a morir.
A “estas cosas” se referían probablemente a todo desde su entrada triunfal a Jerusalén, limpieza del templo y las múltiples sanidades y su enseñanza.
Nota de Carácter ético: Esta pregunta también se debiera formular a cada servidor del cuerpo de Cristo, ¿Con qué autoridad sirves? Todo servicio que se ejerce es con la autoridad de Jesús en el poder del Espíritu, porque no es la iglesia quien llama al servicio, es Jesús, y el Espíritu nos capacita. La iglesia apostólica pedía sólo estas credenciales a todos aquellos que sirvieran en la obra de Dios “Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo” (Hch. 6:3).
Si contestaban que del cielo, entonces debían aceptar todo el mensaje de Juan. No sólo el tema del bautismo para arrepentimiento, sino también lo que Juan decía de sí mismo: que era el mensajero, que había venido delante del Señor, que éste bautizaría con el Espíritu y que él lo vio, lo reconoció y lo presentó como el Mesías esperado y como el Hijo de Dios. Significaría que todo esto, ellos lo ignoraron ya que estaban obligados a no pasarlo por alto y escudriñar las Escrituras para ver en qué tiempo y en qué persona se manifestaría la poderosa mano de Dios. Reconocer que el bautismo de Juan venía del cielo implicaba aceptar que Jesús era el Mesías; por tanto, tenía toda la autoridad para hacer “esas cosas” porque es el Hijo de Dios, y Dios mismo le ha dado ese poder.
Si contestaban que el bautismo era de los hombres, se exponían a ser rechazados por el pueblo, porque tenía a Juan por profeta. Resulta curioso que los líderes religiosos habían dicho: “Mas esta gente que no sabe la ley, maldita es” (Jn. 7:49), sin embargo, esa gente daba muestra de un mayor discernimiento espiritual, ya que supo reconocer que Juan era enviado de Dios para anunciar la venida del Mesías.
Contestaron que no sabían de donde venía el bautismo de Juan, de manera que negaron la verdad no por temor a Dios, sino por temor al pueblo. Prefirieron pasar por ignorantes que reconocer que Jesús es el Hijo de Dios, para ellos ese fue el mal menor.
Bajo esa premisa, Jesús tampoco les dio respuesta, dejándolos en evidencia delante del pueblo.