Por muchas razones se puede decir que el milagro de la resurrección de Lázaro, fue la señal culminante que testimonia la veracidad de las demandas de Jesús. Era la evidencia irrefutable, irrebatible. Esta señal trazó la línea definitiva. De un lado, los creyentes que aceptaron a Jesús como su Mesías, y del otro, los enemigos que lo condenaron a morir. A éstos, las señales realizadas por Jesús, en vez de llevarlos a una convicción positiva, los endurecieron al grado de pretender borrarlas por medio de la vía más violenta, la muerte. Cuando rechazaron los argumentos verbales, apelando a la conciencia y a la razón solo quedaba un camino, la violencia. La mira de los enemigos estaba no solo en el Maestro, sino también en el discípulo.