Los sorprendidos fueron los enemigos de Jesús. Allí, frente a ellos, estaba el hombre que venían a someter y llevar preso. La pronta respuesta de Jesús, su gloriosa presencia y el desafío al contestar, causó que sus atacantes se desconcertaran y ocurriera lo impensable: cayeron a tierra.
“Cayeron a tierra”, revela el poder que respaldaba a Jesús, que si lo hubiera usado plenamente otra cosa hubiera pasado. En Mateo 26:53 se registra la admonición hecha a Pedro: ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? (una legión romana se componía de 6000 hombres).
Jesús está allí, entregándose a sí mismo, pero cuidando a sus discípulos, asegurando la libertad de sus amigos. Su amor se manifiesta protegiendo a los suyos: “pues si me buscáis a mí, dejad id a éstos”. En la oración por sus discípulos registrada en el capítulo 17, Jesucristo había declarado: “a los que me diste yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió” (17:12).
Para Meditar: Jesús, en medio de su dolor, está interesado en el bienestar de sus amigos, sus discípulos, sus ovejas. Está consciente de su responsabilidad ante el Padre. Dios le dio a sus discípulos, ahora Jesucristo, debía cuidarlos para no perder ninguno. Ese es el trabajo de los lideres, pastores del rebaño del Señor, atender y ser diligentes con las ovejas que Dios ha encomendado a su cuidado. Que se pueda decir: ¡No perdí a ninguno! Qué desafío y compromiso nos ha dejado el Señor Jesús.