Pedro, el que más adelante iba a negar a Jesús, es el único que traía una espada y se atrevió a defender a su Maestro. Su acción no era de valentía, sino una rápida operación impulsada por el deseo de salvaguardar a Jesús. Este deseo ya lo había tenido antes (Mt 16:23; Mr 8:33). Simón era impulsivo, no entendía aún la obra redentora de Jesús, y tenía la expectativa de un Mesías que triunfara en el nivel humano, por lo que sin saberlo estaba obstaculizando el camino que Jesús debía seguir.
En la frase “la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” Jesucristo está demostrando su obediencia al Padre hasta la muerte. Este fue su permanente deseo: “hacer la voluntad del que me envío” (Mt 26:39; Mr 14:36; Jn 4:34; 5:30; 6:38). La copa se refiere a los sufrimientos y dolor por los que debía pasar. Y, ¡que amarga sería esta copa, pues era de muerte y muerte por el pecado de la humanidad!