El “Verbo”, que está en comunión con Dios desde la eternidad, el creador de todo lo visible, hace su aparición en el mundo. Él alumbra con su luz a todos, sin embargo, sabemos que el mundo ha sido cegado por el dios de este siglo, según lo descrito por el apóstol Pablo (2 Corintios 4:4). Los hombres han sido incrédulos y han rechazado el mensaje del evangelio. Peor aún, se esperaba que el pueblo que tanto anhelaba la llegada del Mesías, lo recibiera, pero muchos lo rechazaron. Quienes estaban a la expectativa del redentor debieron haber creído en él. Pero el evangelista afirmó que aquellos tampoco “le recibieron” (v. 11).
En el versículo 12, Juan afirmó que los “que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”, y aunque el pueblo judío en general rechazó a Jesús, un buen número lo recibió. Es como siempre, un pequeño remanente es que acepta al Salvador. Estos pocos que han creído en el nombre del Verbo (aquí “nombre” equivale a su persona), han recibido el privilegio de ser hechos hijos de Dios. Esto es posible a través de la regeneración y el nuevo nacimiento; es una obra sobrenatural que ocurre por la intervención del Espíritu Santo redarguyendo.
Para Meditar: No se puede llegar a ser hijo de Dios tan solo por el esfuerzo personal, o solo por cumplir con algún ritual religioso. Tampoco se logra ser hijo de Dios por ser de alguna denominación o religión, y tampoco es algo que puede recibirse por herencia genética. Sino que cada uno ha de tomar la decisión de creer en Jesucristo para acceder a este privilegio que sólo el Padre puede otorgar. Es cierto que todos los hombres son creación de Dios, pero sus hijos son solamente aquellos que le “adoptan” como Padre y dejan de ser tan solo “hijos por creación”.