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Jesús en la fiesta de los tabernáculos, Juan 7:10-24 

Jn 7:16-18 “Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta. El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia?"

Aunque niega rotundamente ser Él mismo, el origen de su doctrina, al tiempo que niega ser autodidacta, Jesús declara que el origen de su enseñanza se encuentra en la misma persona que le envió. Es decir, su doctrina no parte de la ley de Moisés, o de los escritos de los profetas, más bien se trata de una revelación divina, misma que de suyo tiene autoridad. Por eso quienes creen en él y se dan cuenta que su enseñanza es de Dios, son aquellos que desean “hacer la voluntad de Dios”, porque al recibir su enseñanza les queda claro que hay algo mucho más grande que palabras huecas y sin sentido, como las que salen de la boca de quien “habla por su propia cuenta”. No es así con Jesús, sus palabras, su enseñanza en todo tiempo “busca la gloria del que le envió”, de Dios Padre. Hasta cierto punto es paradójica la declaración de Jesús en el v. 16: “Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió”, pero en ella también declara que ha venido no a hacer su propia voluntad, sino la del Padre.