Al no resistir los halagos que la gente hablaba sobre Jesús, los gobernantes “enviaron alguaciles para que le prendiesen”, poniendo así en marcha su plan maligno de arrestar a Jesús (5:18). Aunque no lo logran de inmediato, pero a partir de aquí se pone en marcha su plan, mismo que desembocará en el sacrificio de Jesús por la humanidad, al morir por nosotros y perdonar nuestros pecados. Los alguaciles que enviaron, al parecer, escucharon a Jesús hasta el término de la fiesta (v. 45).