Mientras la gente murmuraba sobre Jesús y su enseñanza, los sacerdotes y los fariseos enviaron a prenderle mediante ciertos alguaciles (v. 32). Cuando estos debían regresar con el apresado, y “vinieron a los principales sacerdotes y a los fariseos”, llegaron sin Jesús. Era de esperarse que los principales se sulfuraran al no recibir lo que esperaban, y al cuestionar a los alguaciles, recibieron una respuesta muy singular, aunque inesperada: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!”. ¿Y qué esperaban? Si en realidad no ha habido, ni habrá alguien como este hombre, cuyas palabras son dulces, son vida, y están llenas de amor, justicia, honestidad, autoridad y gracia. No mintieron los alguaciles, expresaron lo que vieron y oyeron; se quedaron pasmados ante tanta autoridad que emanaba de la boca de un hombre, un Dios hombre.