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A donde yo voy, vosotros no podéis venir, Juan 8:21-30  

Jn 8:28-30 “Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me envió, está conmigo; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada. Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él”

Ahora Jesús lanza a los judíos una advertencia que tiene que ver con su cruz: “Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre”, es decir, cuando llegue el momento en que puedan echarle mano, prenderle, azotarle, maltratarle y, finalmente crucificarle, entonces comprenderán que Jesús es, realmente, quien dice que es, y que su labor la lleva a cabo en perfecta obediencia a la voluntad del Padre. Solo hasta entonces, ellos comprenderán que, a quien tratan de dar muerte, en efecto morirá, pero para redimirlos de sus pecados. Advierte Jesús, también, que su Padre no lo ha abandonado, ni le ha dejado solo en ningún momento. A pesar de la separación personal que se lleva a cabo por la naturaleza de la encarnación, Dios Padre siempre estuvo con Cristo, incluso en el momento crucial de la cruz llevando a cabo la reconciliación (2 Corintios 5:18-19). Después de la gran verdad de Jesús, acerca de su relación con el Padre y su labor en el mundo, Juan afirma que “muchos creyeron en él”.

Para meditar: Qué conmovedora declaración de Jesús: “no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”. Una relación de causa-efecto. Si hacemos su voluntad, si hacemos lo que le agrada, siempre el Padre nos respaldará, tanto en nuestra vida familiar como en la ministerial.