Regreso de los setenta, 10:17-20  

Lc 10:19-20 “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos”.  

En las Escrituras el mal se ha representado, entre otros símbolos, con la serpiente. El Señor nos da autoridad para enfrentar las huestes de Satán puesto que añade a “serpientes y escorpiones” la expresión “y sobre toda fuerza del enemigo”, es decir, contra el poder de Satán. Cuando el Señor dice que “nada nos dañará” está indicando que siempre saldremos triunfantes, que nuestro ministerio seguirá adelante, no se debe entender que ni siquiera sufriríamos una herida en la piel por ser cristianos, ni alguna enfermedad o algún daño físico. A veces, por la Palabra, los cristianos han sufrido hasta la muerte, como cuando Roma persiguió a los creyentes y mató a muchos en el Circo. Esos mártires siguen dando testimonio de su fe, (Ap 14:13).

Para meditar: El plan de Dios es diferente para cada tiempo y para cada uno, si el Señor ha permitido el sufrimiento, todo ello está en su plan y es bueno para el creyente. Lamentaciones 3:37-38 dice: “¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno?”. Es así que aunque nuestro cuerpo se consuma, nuestro llamado, nuestra fe y nuestro ministerio seguirá vigente. Por otro lado, cuando Dios impide que seamos tocados no habrá arma que prevalezca contra nosotros (Is. 54:17), la salvaguarda de nuestra integridad física estará garantizada por el poder del Señor.

Para meditar: ¿Qué debe causar mayor gozo en nuestra vida? Muchos factores colaboran para sentirnos felices, pero Jesús nos aclara que lo mejor de servirle, en realidad no es el éxito ministerial, no es la cantidad de gente que nos sigue, no son los portentos o milagros fruto del trabajo eclesial y espiritual, sino que nuestro nombre está inscrito en el cielo, es decir, la Salvación de nuestras almas por toda la eternidad. Jesús dijo: Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? (Mr. 8:36)