A quién se debe temer, Lc 12:4-7 (Mt 10:26-31)  

Lc 12:4-5 “Mas os digo, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer. 5 Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed".

Jesús nos da un peculiar privilegio en el Nuevo Testamento: nos llama “amigos”. El gozo de que el Hijo de Dios nos de esta bendición tan grande que no lo comprendemos en su justo peso, pero con buen ánimo se disfruta en todo momento. En éstos dos versículos Lucas usa cuatro veces el verbo “temer”. Eso nos muestra que el tema en cuestión es precisamente ese, saber a qué y a quién tener un temor verdaderamente profundo. Ese miedo profundo no se le debe tener al hombre que quita la vida, sino a aquel que tanto tiene el poder para quitar la vida ahora y su autoridad continúa después de la vida física, y sólo Dios tiene la autoridad para continuar con el castigo después de la muerte física. La narrativa es clara y no admite doble interpretación. El texto enseña que Dios, sí echa a la gente al infierno, tiene el poder para hacerlo, y esta es una auténtica razón para tenerle un miedo profundo.

Nota Histórica: La palabra “infierno” se deriva originalmente de la expresión “Valle de los hijos de Hinnom”, en hebreo; que era un lugar al sur de la ciudad de Jerusalén y se utilizaba para quemar toda la basura. Cuando alguien se acercaba a Jerusalén desde el Sur podía ver la humareda que salía del valle, y si se acercaba lo suficiente la hediondez le calaba el olfato. Se cuenta que allí se tiraban los cuerpos insepultos de los crucificados y los cadáveres de perros muertos de las calles. No es difícil imaginar el por qué de la comparación de este lugar con el destino de los hombres irredentos.