Parábola del hijo pródigo, Lc 15: 11-32

Lc 15:20-24 “Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. 21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. 22 Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. 23 Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; 24 porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse”.

La decisión del hijo pródigo fue muy prudente, y sobre todo acertada. “Vino a su padre”, quien salió a su encuentro para abrazarlo y recibirlo; contento y gozoso, al verlo de lejos “fue movido a misericordia” lo que significa que no fueron necesarias las explicaciones, el padre sabía que su hijo había hecho mal desde un principio, pero que ahora estaba dispuesto, en forma inmediata, a perdonarlo sin pedir nada a cambio de él. Aquí se refleja la gracia de Dios para con el pecador, quien es perdonado y restaurado por el amor de Dios. La gracia es un don de Dios, que no necesita de las obras para alcanzar la salvación (Efe 2:28) y que nos permite acércanos confiadamente al Padre para alcanzar misericordia (Heb 4:16).

Para meditar: por otro lado, la confesión del hijo es evidente en el relato “he pecado contra el cielo y contra ti”. El padre escuchó su confesión, pero no le pidió explicaciones. No hubo discursos ni predicas, solo gozo y felicidad porque el hijo que antes estaba muerto, ahora vivía. Esto indica que, una vida apartada de Dios y sin Cristo representa una vida muerta en delitos y pecados (Ef 2:1), pero que al venir a Cristo renacemos por su gracia (Ef 2:5) y no por obras.

“Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies” El padre no lo hace como sus siervos. Más bien, lo reviste, le da un nuevo calzado y pone un anillo en su mano.

El nuevo vestido representó un cambio para el hijo pródigo. Para nosotros representa que “las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas” (2Co 5:17). Ahora portamos una nueva vestidura que representa al nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad (Ef 4:24). Esta nueva vestidura representa también el amor como vínculo perfecto (Col 3:14) y que nos identifica como escogidos de Dios (Col 3:12). El anillo que el Padre puso en el mano del hijo pródigo, representaba la aceptación como miembro de la familia nuevamente. Y aunque el hijo no se sentía digno para formar parte de ella, el padre le otorga el anillo como señal de aceptación e identidad. Ya no era más un perdido, ahora pertenecía a la familia y el anillo era testimonio de esta nueva relación.

Para nosotros, el anillo representa la promesa de Dios, que por la cual fuimos sellados con su Espíritu Santo, lo cual nos identifica como miembros de su familia (Efe 1:13). Finalmente, se le dio calzado para sus pies. Seguramente las sandalias que traía, si es que traía, estaban sucias, viejas y maltratadas por la actividad en el cuidado de los cerdos. El nuevo calzado en sus pies figura el descanso que debió haber sentido luego de caminar perdido. Unos zapatos en mal estado por lo general provocan ampollas, son muy incómodos y pueden provocar dolor de espalda, fracturas y lesiones en las plantas de los pies. Por otro lado, andar descalzo, sobre todo entre el monte y las piedras, suele ser riesgoso, puesto que se puede contraer enfermedades, pisar animales venenosos y exponerse a cortadoras.

Para meditar: así que, ya sea que el hijo pródigo traía sandalias viejas o no, el padre le dio descanso a través de un nuevo calzado, que definitivamente debió ser reconfortante para este joven. A nosotros nos toca creer, que aquel que decide venir a Cristo encontrará descanso (Mt 11:28), y que las heridas provocadas por nuestros malos pasos serán sanadas. Cabe recordar, que en la casa del Padre nadie camina descalzo, porque es El quien nos da la protección adecuada.

El padre mandó a sus criados que organizaran una fiesta. Mandó matar el becerro gordo (una frase muy mencionada cuando se hace fiesta, con comida abundante) y el ambiente se tornó en alegría y felicidad. Aquí de nuevo Jesús, a través de la parábola, recalcó la alegría causada por un pecador cuando este se vuelve de sus malos caminos. La restauración y la salvación de los seres humanos fue el propósito por el cual Cristo murió en la cruz. Por esa razón, Dios se alegra al ver que un alma es rescatada, sanada y restaurada. Pero su deseo es compartir ese gozo con sus hijos, quienes también trabajan comunicando el evangelio al perdido.