Anuncio del nacimiento de Jesús, Lc 1:26-38  

Lc 1:34-38 “Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el santo ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril; porque nada hay imposible para Dios. Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia”. 

Toda mujer casada y que anhela tener hijos, sería feliz al recibir un mensaje que le diga que su hijo va a ser grande. Pero una mujer soltera primero piensa en el novio y casarse, luego en hijos; no es que fuera incrédula, sino que nunca antes, ni después, ha sucedido que sin el esperma del varón haya una concepción. Eso fue lo que preguntó María, el ángel le responde: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá. ¡Qué maravillosa manera de decirlo!

Y para testificar que era Dios quien le enviaba a ella, le dice dos cosas fehacientes: Elisabet tu prima, estéril y en su vejez, ha concebido y está en su sexto mes de embarazo, luego resalta la declaración que miles de veces se ha repetido en los altares y en los corazones “porque nada hay imposible para Dios”. María, no sintiendo un honor merecido, sino con la humildad y sencillez que le caracterizaba, expresó: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra”. Aceptó la gran responsabilidad que esto implicaba. Dios sabía que esta mujer sería digna de sufrir y permanecer firme a pesar de las circunstancias.