Anuncio del nacimiento de Juan, Lc 1:5-25.  

Lc 1:5-7 “Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet. Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Pero no tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada”. 

Con delicadeza y precisión Lucas, guiado por Espíritu Santo, pone no sólo el hecho, sino los detalles sutiles que llevan a los gentiles a imaginar ese gran momento. En los días de Herodes, rey de Judea. Los ubica en el lugar y el tiempo y en forma implícita deja ver que los judíos estaban bajo el dominio de extranjeros. También da importancia a la mujer al mencionarla por su nombre, en la cultura judía las mujeres ocupaban un lugar bajo, en la oración matutina los judíos daban gracias a Dios, porque no les hizo “gentil, esclavo o mujer”.

Se resalta la vida espiritual de este matrimonio: eran justos delante de Dios, andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor.

Pero hacía falta algo que en su cultura era muy apreciado: los hijos, los rabinos judíos consideraban que los hombres que “no tenían esposa o la esposa que no tenían ningún hijo” estaban privados de la comunión de Dios. La edad tampoco les beneficiaba, pero tenían algo en común con Abraham y Sara, Elcana y Ana, Manoa y su esposa, confiaban en el mismo Dios que había escuchado su oración y les había concedido un hijo especial.