Anuncio del nacimiento de Juan, Lc 1:5-25.  

Lc 1:8-10 “Aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su clase, conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor. Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso”. 

De acuerdo con la organización que hizo el rey David (1 Cr 24:1-31) de los sacerdotes por sus casas paternas (veinticuatro grupos en total), a cada grupo les tocaba ministrar en el templo dos semanas cada año. A Zacarías le correspondía en el grupo octavo, el de Abías.

Era el momento de Zacarías, pues la suerte le había tocado para ofrecer el incienso (Lv 16:12-14); y esto debido a que eran unos 20 000 descendientes de Aarón con ese derecho, pero no a todos les tocaba la oportunidad de ministrar en el templo.

Derramar el incienso sobre los carbones encendidos viendo elevarse el humo era símbolo de que las súplicas de los adoradores eran aceptadas; él hacía la intercesión por el pueblo. “Acepta como incienso la oración que te ofrezco, y mis manos levantadas como una ofrenda vespertina” Salmos 141:2; un símbolo del sacrificio vivo que ofrecían los verdaderos adoradores, ¡grandioso! Lucas capta el momento en el que toda la multitud está orando, hermosa manera de empezar su libro.

Nota doctrinal: La oración es comunicación con Dios, pero el pecado rompe esa relación. La multitud afuera del atrio, orando, muestra cómo anhelaban que el sacrificio ofrecido fuera acepto a Dios. En la oración se acrecienta la fe y el amor a Dios de tal forma que podemos interceder por nuestros hermanos y por el mundo perdido. Sabemos que Dios escucha las oraciones individuales y colectivas y que todo lo que pedimos en el nombre de Jesús es oído y en el tiempo de Dios, contestado.