La acción de volver de entre los muertos no es algo que se vea todos los días. El pasaje es precioso y llano, con el candor de un observador boquiabierto. Simplemente se señala que el muerto “comenzó a hablar”, estaba sano y seguro preguntó qué había pasado y dónde estaba su madre. Acto seguido, Jesús lo entregó a su madre. El profeta Elías hizo algo similar, resucitó a un joven y luego “lo dio a su madre” (1 R 17:23). La gente del asombro general se pasó al miedo colectivo, era natural, del miedo pasaron ahora a darle gloria a Dios, algo muy bueno puesto que notaban que el milagro sólo pudo lograrse por el poder de Dios.
Dice el texto que su fama “se extendió”, literalmente “circuló” por toda Judea y regiones paganas alrededor, y aún hoy la historia sigue circulando. Hay que recordar que había gente de Tiro y Sidón que seguían entre la multitud, ellos habrán llevado la noticia a regiones gentiles. De nuevo la universalidad del plan de salvación de Dios permea los textos del Nuevo Testamento.