Los mensajeros de Juan el Bautista, Lc 7: 18-35 (Mt 11:2-19)  

Lc 7:31-34 “Y dijo el Señor: ¿A qué, pues, compararé los hombres de esta generación, y a qué son semejantes? 32 Semejantes son a los muchachos sentados en la plaza, que dan voces unos a otros y dicen: Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no llorasteis 33 Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y decís: Demonio tiene. 34 Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: Este es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores”. 

Jesús parece entristecido con la reacción de los fariseos y de los intérpretes de la Ley. Puesto que manifestaron una apatía terrible en el momento de su visitación.

La envidia era algo que no podían controlar los fariseos y los intérpretes de la Ley, cada vez que Juan hablaba y las multitudes oían ellos se encargaban, al igual que los cuervos de la parábola del buen sembrador, de quitar la semilla del corazón del oyente (Mt 13:19). Jesús mismo habría de sufrir por esta envidia en poco tiempo (Mt 27:16). De Juan, estos hombres religiosos decían “está endemoniado, pues no come pan, sino langosta del campo; no bebe vino, sino agua y miel silvestre”; seguramente le decían a las personas: “un verdadero hombre de Dios no trae así la ropa, ni así come, ni así bebe, ni le oigan, seguro que está poseído por demonios”; esta expresión también la sufrió el Señor sobre su persona (Lc 11:15). Ahora, el mismo Señor se introduce por primera vez en la narrativa: Viene el Hijo del Hombre, que ni come ni bebe como Juan y me acusan de que soy comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores que sí se bautizaron con Juan. (Ver nota en Mt 11:1619)