Jesús sana al siervo de un centurión, Lc 7:1-10 (Mt 8:5-13)  

Lc 7:6-8 “Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; 7 por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero di la palabra, y mi siervo será sano. 8 Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace." 

Ante la insistencia de la embajada y con los contundentes argumentos y rogativas, Jesús accede a acompañar a los ancianos a casa del centurión. El problema era que los judíos no entraban a casa de gentiles, era algo “abominable” para ellos (Hch 10:28) pues estaban llenas de ídolos paganos, pero el buen Señor no le preocupa esto último, se encamina a la casa del oficial romano. No soy digno: El oficial romano se siente tan bajo que le pide al Señor ni acercarse a su casa, menos entrar en ella. Los ancianos judíos, al abogar por él, dijeron que sí era digno, pero él se mira así mismo como no digno.

Para meditar: Es mejor que los demás reconozcan lo que somos, y no que ante nuestros propios ojos nos sintamos de una estatura desproporcionada, totalmente fuera de toda realidad y terminemos avergonzados sentándonos lejos del lugar de privilegio en el último lugar (Lc 14:8,9).

Di la palabra: La Biblia de Jerusalén traduce: “mándalo de palabra”, la Nacar-Colunga usa: “pero sólo di una palabra”. Se infiere la gran fe de un hombre. El poder de la “palabra”; es decir, una orden, es tan poderosa como poderoso es quien la da. Un centurión daba una orden y cien o más soldados obedecían, puesto que tenía autoridad. Jesús, como bien entendía el oficial romano, estaba investido de gran autoridad, sólo era necesario emitir verbalmente la orden, y todo saldría bien.

Nota doctrinal: Nuestra Reina-Valera traduce “autoridad” como poder delegado por otro, Jesús es quien tiene verdadera autoridad sobre todo lo que existe, aún los demonios se sujetaban en su nombre (Lc 10:17), la naturaleza le obedecía (Mr 4:41); tiene poder para perdonar pecados (Lc 7:49), y otorgó a sus seguidores el poder de expulsar demonios en su nombre (Mr 3:15; 16:17). Sobre este tema algunas prácticas se han salido del tenor bíblico, pues hay quienes piensan que vertiendo aceite sobre una ciudad o un endemoniado, los espíritus inmundos huyen, o con objetos personales de predicadores ungidos echados sobre los poseídos, pero todo esto cae en el fetichismo que está muy cerca de volverse idolatría pura. La Biblia es clara, la autoridad para expulsar demonios se ejerce en el nombre de Jesús. No hay otra fórmula.