El templo. Era el lugar de adoración por excelencia para los judíos. Era el lugar donde se ofrecían los sacrificios y ofrendas a Dios; por tanto, el más sagrado. Dentro de este lugar se encontraba el patio de los gentiles en el que podían entrar tanto gentiles como judíos; el siguiente patio era de las mujeres, este lugar era destinado para ellas y ahí ofrecían las ofrendas (no podían pasar de ahí, solamente en caso de traer sacrificios). Después estaba el patio de los israelitas, este era el lugar de congregación para los judíos quienes ofrecían sus sacrificios y ofrendas. Y por último estaba el patio de los sacerdotes.
Jesús regresó a la ciudad y entró en el templo por segunda ocasión, pero ahora bajo un escenario muy diferente. La fiesta de la Pascua estaba a unos cuantos días y el comercio se había incrementado considerablemente en el templo. Mucha gente venía de lejos para ofrecer sacrificios conforme a la ley y los comerciantes llegaban para vender bueyes, ovejas y palomas a fin de satisfacer esa necesidad. Por lo tanto, algunos aprovechaban para inflar sus precios y abusar de las necesidades de los oferentes. Aún los sacerdotes de la localidad estaban involucrados en dicho comercio. Los cuatro evangelios registran que inmediatamente al entrar Jesús en el templo echó fuera a los vendedores, volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas. Los discípulos quizá se quedaron atónitos. Pedro, quien era muy impulsivo, aquí quedo ausente del relato bíblico; sin embargo, todos recordaron lo dicho en las Escrituras: “El celo de tu casa me consume” (Jn 2:17; Sal 69:9).
Finalmente, Jesús volvió a mandar enérgicamente quitar todo. Prohibió hacer de la casa de Dios un mercado (Jn 2:16). Los sacerdotes y los cambistas habían hecho del templo una “cueva de ladrones”, pero ahora Jesús había llegado para purificarlo.
Una vez más Jesús reflejó su humanidad, se enojó y no fue para menos. La codicia y la avaricia, la corrupción y el lucro fueron notables en el templo. La verdadera esencia de servicio y adoración que debía prevalecer en la casa de Dios se había perdido. El hombre inmoral, religioso y hambriento de poder, se había hecho socio en el más triste y decadente negocio de las ventas. No obstante, el abuso no quedaría impune. La irritación del maestro y el celo por la casa de Dios terminó en un acto violento. Fue así entonces, que las reacciones negativas por parte del clero religioso no tardaron en aparecer.
Nota controversial.: Basado en este acontecimiento, algunos piensan que no deberíamos realizar algún tipo de actividad en la iglesia con el fin de recaudar fondos para el sostenimiento de los edificios, o bien para cubrir los gastos de ciertos eventos que se llevan a cabo en nuestras iglesias. Sin embargo, se deben resaltar tres cosas que bien se pueden extraer de estos versículos para evitar una mala interpretación, y a su vez lograr fijar una correcta posición sobre las actividades financieras que comúnmente se hacen en las iglesias y saber si se pueden realizar o no.
Primero, debemos saber que las intenciones de aquellos hombres que vendían y comercializaban en el templo, eran más sobre la búsqueda del beneficio personal que su deseo de ayudar a la gente.
Segundo, sus actitudes llenas de ambición y codicia reflejaban más un espíritu pecaminoso que un espíritu humilde y bondadoso.
Y tercero, su aparente astucia en los negocios reflejaba más una dependencia materialista de un mundo cada vez más cegado por el amor al dinero, que su amor por la casa de Dios.
Por lo tanto, se debe considerar que antes de programar o planear cualquier actividad financiera dentro y fuera de la iglesia, debemos examinar nuestros corazones y analizar la razón de nuestras verdaderas intenciones. Como explicó el apóstol San Pablo: ”Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos…y oramos a Dios que ninguna cosa mala hagáis” (2 Cor 13:5,7).
Para meditar: ¿Somos una influencia de bendición para quienes nos rodean? ¿Estamos comprometidos con Dios? Si Jesús viniera en este momento, ¿Cómo nos encontraría? ¿Nuestras acciones y palabras están honrando y bendiciendo a Jesús, nuestro Señor?