Mr 15:37-39 “Mas Jesús, dando una gran voz, expiró. 38 Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. 39 Y el centurión que estaba frente a él, viendo que después de clamar había expirado así, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” 

Cristo murió de manera voluntaria (Jn 10:18); se encomendó al Padre y finalmente expiró. El evangelio de Mateo indica que Jesús “entregó el espíritu” (Mt 27:50). También el evangelio de Juan respalda lo dicho por Mateo (Jn 19:30). Marcos registró que al morir Jesús “el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo”, indicando que, con la muerte expiatoria de Cristo, el hombre ahora tiene acceso al Padre. El velo del templo dividía el lugar santo del lugar santísimo, pero gracias a la cruz ahora todos podemos entrar a la presencia de Dios. Y el hecho de que el velo se haya descubierto de arriba a abajo, significa que fue Dios quien nos dio tal acceso.

Nota histórica: Josefo el reconocido historiador judío, dice que el velo medía casi dos metros y medio de alto, (un poco más de 8 pies) y lo describe como un tapiz con bordados de lino fino y con material azul, carmesí y púrpura, torcidos de una forma muy habilidosa. Esa mezcla de materiales simbolizaba el universo. (Josefo, Antigüedades 3.6.4, citado por D. Garland en MARCOS pág. 709).

El Centurión Romano al ver la muerte de Cristo reconoció que Jesús era Hijo de Dios. Existen tres factores que quizá influyeron en el soldado para hacer esta declaración.

1. Los acontecimientos extraordinarios ocurridos durante la crucifixión. El terremoto (Mt 27:51-54) y las tinieblas sobre la tierra (Lc 23:44).

2. La compasión de Jesús aun durante su martirio. (Jesús pidió a Juan que cuidara a su madre; pidió al Padre perdón por los que le injuriaban; y trato con aprecio, afecto y consideración al ladrón que le solicito clemencia).

3. El efecto producido en su corazón al ver tanta injusticia cometida sobre la persona de Jesús (Mt 27:54). Mateo indica que tuvo temor también al ver “Las cosas que habían sido hechas”. (cómo agradaría, que fuera Cornelio el centurión “piadoso y temeroso de Dios”, que encontró Pedro en Cesarea, unos diez años después. (Hch Cap.10)