El apóstol Juan agregó que también Nicodemo vino, “trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras” (Jn 19:39) y que también ayudo para envolver a Jesús en lienzos con especies aromáticas, según las costumbres de los judíos (Jn 19:40).
José de Arimatea, fue un miembro respetable del Sanedrín, pero que no había estado de acuerdo con “los hechos de ellos” (Lc 23:51). Fue un hombre que simpatizaba con la esperanza del reino de Dios y discípulo secreto de Jesús, por miedo a los judíos (Jn 19:38), pero que se armó de valor para pedir el cuerpo de Jesús ante Pilato.
Pablo Hoff, escritor del libro “Se hizo hombre”, explica que probablemente los sumos sacerdotes no llamaron a José de Arimatea, ni a Nicodemo a la reunión donde condenaron a Jesús la noche en que fue entregado, tal vez porque Caifás llamó solo a aquellos quienes no simpatizaban con el maestro y buscaban su muerte. (Mt 26:57).7
Marcos agrega que María Magdalena y María, la madre de José, observaron cuando José de Arimatea ponía el cuerpo de Jesús en el sepulcro y regresaron a casa para descansar. También prepararon especies aromáticas y ungüentos (Lc. 23:56) con la finalidad de visitar la tumba y ungir el cuerpo de Jesús después del día de reposo (Lc 24:1).
Para meditar: La vida está llena de sorpresas cuando se camina con Dios. Al servir al Señor cualquier cosa puede pasar, y donde menos se piensa. Las mujeres que seguían a Jesús fueron testigos de grandes milagros. Sobre todo, María Magdalena, que había sido liberada de siete demonios (Mr 16:9). Ellas vieron a Jesús sanar enfermos, resucitar muertos, multiplicar pan, entre otras cosas. Pero ahora veían que Jesús estaba envuelto en sabanas, sin vida y para ellas, probablemente era el fin de una época maravillosa. No se imaginaban lo que había de venir. Era la víspera del primer día de la semana y pronto vendría algo nuevo. Ellas habían visto a Jesús morir, pero en unas horas serian testigos del más grande de los milagros de la historia.
7 Pablo Hoff