El bautismo de Jesús, Mr 1:9-11
(Mt 3:13-17; Lc 3:21, 22) 

Mr 1:10 ““Y luego, (el primer luego) cuando subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él”. 

Nota doctrinal: Los cielos fueron abiertos, desgajados, se diría, indicando el supremo interés del Padre en su hijo el Redentor, ya que necesitaría todo el respaldo divino en su naturaleza encarnada para ejercer su ministerio con una capacidad jamás vista. La unción es otorgada por el Santo Espíritu, para que la labor del Mesías se realizara no en el poder de la Segunda Persona de la Trinidad, sino en el de la Tercera.

El evangelista Juan proporciona detalles que Marcos por su brevedad no lo hace. Registra el trascendental momento que los siglos esperaban, cuando el Bautista introduce a Jesús en el Jordán (Jn 1:29). Lo ve venir hacia él y exclama: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Es admirable que lo presente como un humilde cordero y no como un león conquistador, que muchos asociaban con la figura del Mesías.

Marcos, al igual que Mateo y Lucas, ve al glorioso Espíritu Santo corporizándose como una paloma (Lc 3:22), con todo lo que ésta simboliza: ternura, pureza, amor, inocencia y belleza; así como la suavidad, gentileza y la habilidad para permanecer quietamente en el aire (Jn 1:33). Todos esos símbolos se hicieron realidad en Jesús, y hoy son manifiestos en el trato diario del Espíritu Santo con todos los que queremos honrarlo cada día.

Para meditar: Es bastante significativo que Cristo Jesús fue introducido al mundo como un humilde cordero y no como un león (no como el poderoso “León de la tribu de Judá”, que se postra ante el trono de Dios, según el relato de Juan en Apocalipsis 5:4-8). El vidente de Patmos lo contempló, y él mismo lloraba mucho, “porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo”, y ve de pronto “…que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado…”, el cual “vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono”.

Ciertamente que el León de la tribu de Judá era capaz de abrir el libro, pero no es en esa dimensión que lo logra, sino en la humildad y sencillez de un cordero.

No nos dirá mucho esa acción que no es del pasado, ni del futuro, sino que existe en un eterno presente, a los pastores, predicadores y maestros que anhelamos más el poder de un león, que la humildad de un cordero?