La pregunta sobre el ayuno, Mr 2:18-22
(Mt 9.14-17; Lc 5.33-39) 

Mr 2:21-22 “Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; de otra manera, el mismo remiendo nuevo tira de lo viejo, y se hace peor la rotura. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar”. 

Jesús no sólo responde sobre el ayuno, ahora les explica a través de esta parábola sobre la necesidad del nuevo nacimiento para alcanzar la bendición del reino de Dios.

Los corazones de los fariseos estaban llenos de religiosidad, costumbres y esfuerzos humanos para tratar por sí mismos de llegar a ser intachables. Muchas de las críticas que este grupo de legalistas hicieron a Jesús se debían al aparente quebrantamiento que el Señor hacía de la ley y las costumbres. Jesús no venía a remendar, la ley sería cambiada por una nueva dispensación; la gracia, como una vestidura nueva, blanca y resplandeciente.

“En tiempos bíblicos, hablar de odres era hablar de uno de los recipientes básicos usados para contener aceite, leche o vino. Se elaboraban de piel de cabra u oveja, normalmente eran pieles enteras, cuyas extremidades se cosían con cuidado, dejando una de ellas abierta, sobre la que se colocaba un tapón o cierre. Luego se curtían con un delicado proceso, para asegurar el punto exacto de flexibilidad e impermeabilidad” (Johnson Goitia, Parábolas de la Biblia, pág. 69).

Siempre se usaban odres nuevos para poner el vino nuevo, ya que al fermentarse el vino nuevo despide gases inflando el odre, y si éste era viejo estaría rígido, sin flexibilidad y fácilmente se rompería. La actitud rígida y legalista de los fariseos les impedía recibir el evangelio que Cristo predicaba. El odre nuevo, debido a su flexibilidad adquiere la forma que el vino le da. Así mismo el evangelio viene a formar en nosotros la imagen de Dios que ha sido distorsionada por el pecado, pero es necesario rehacer de nuevo.

Nota doctrinal: El sacrificio de Jesucristo el Cordero de Dios, en la cruz del Calvario, dejó atrás todos los rudimentos de la ley y dio paso a la dispensación de la gracia, y con ella la salvación se extiende: “…para que todo aquel que en él cree no se pierda, más tenga vida eterna” (Jn 3:16).