Jesús sana a un muchacho lunático (Mr 9:14-29; Lc 9:37-43)

Mateo 17:14-21 “Cuando llegaron al gentío, vino a él un hombre que se arrodilló delante de él, diciendo: Señor, ten misericordia de mi hijo, que es lunático, y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua. Y lo he traído a tus discípulos, pero no le han podido sanar. Respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo acá. Y reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho, y éste quedó sano desde aquella hora. Viniendo entonces los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera? Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible. Pero este género no sale sino con oración y ayuno”. 

La expresión: “cuando llegaron al gentío”, se refiere al encuentro que tuvieron Jesús y los discípulos que le acompañaron al “monte aparte” con las personas que ya estaban esperándolo con una queja: “Y lo he traído a tus discípulos, pero no le han podido sanar”. Un padre de familia desesperado había llevado a su hijo lunático para que fuera sanado por los nueve discípulos restantes que no habían acompañado a Jesucristo a su encuentro con Moisés y Elías. Como hijo único de aquel hombre (Lc 9:38) era lógica la profunda preocupación por él.

Jesús aprovecha la ocasión para enseñar sobre la fe genuina que produce resultados. Les recrimina su incredulidad y perversidad por no estar a la altura de las demandas cuando él estuviera ausente. En Mateo 12:39 se había dirigido a la multitud con estas palabras: “El respondió y les dijo: La generación mala y adúltera demanda señal…”,   pero en esta ocasión se dirige a sus propios discípulos. Ante este hecho, ¿Cuáles serían los pensamientos de los discípulos que habían acompañado en la transfiguración?

Nota Doctrinal: El tema de la sanidad divina tiene varias líneas de interpretación, así como el tema del origen de las enfermedades. La Etiología, ciencia que estudia precisamente su origen, no ha dado respuestas ciertas a las causales de las enfermedades. Al analizar el tratamiento que Jesucristo dio en su ministerio a las enfermedades y a quienes las padecían, podemos observar un justo equilibrio en el ejercicio de sanidad que él proporcionó a toda persona que se acercó a él para recibir ese gran beneficio.

El libro de Levítico es el manual de tratamiento religioso de las enfermedades, en este sentido los pasajes que tienen que ver con sanidad de personas poseídas por demonios, se tienen que analizar también desde la óptica judaica. El encuentro vívido de Jesús con los dos endemoniados gadarenos, según Mateo; y según lo describen Marcos y Lucas: “un hombre con un espíritu inmundo”, muestra como la autoridad de Cristo es patente. En otra ocasión Jesús también identifica el origen satánico de la enfermedad de una mujer encorvada: “Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo?” (Lc 13:16).

En consecuencia, el ministerio de sanidad física que Jesucristo practicó fue equilibrado, ya que en otras ocasiones simplemente declaraba la sanidad sin mencionar el origen de la enfermedad, por ejemplo, a la mujer con flujo de sangre: “… él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz” (Lc 8:48). En otro momento, cuando estuvo en la tierra de Genezaret hubo sanidad sin mencionarse el tipo de enfermedad que padecían: “Y dondequiera que entraba, en aldeas, ciudades o campos, ponían en las calles a los que estaban enfermos, y le rogaban que les dejase tocar siquiera el borde de su manto; y todos los que le tocaban quedaban sanos” (Mr. 6:56).

Lo más importante en este tema es que no importa la procedencia de la enfermedad, si ésta es diabólica o biológica, Jesucristo sigue sanando porque, “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb 13:8), y “éstas señales seguirán a los que creen…” (Mc 16:17), también recordar que a partir de la caída en pecado de Adán y Eva, la perfección de sus organismos llegó a su fin y los humanos conocieron la enfermedad como una consecuencia de su pecado y fueron limitados en su años de vida en esta tierra: “Los días de nuestra edad son setenta años; Y si en los más robustos son ochenta años, Con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, Porque pronto pasan, y volamos” (Sal 90:10) .

Para Meditar: La gran pregunta todavía resuena en la práctica ministerial contemporánea: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?, la respuesta es la misma, es cuestión de fe y de reforzar nuestra vida devocional con la práctica del ayuno y la oración, hábitos que Jesús los tenía interiorizados de manera firme en su estilo de vida.