Purificación del templo, Mt 21:12-17

Mateo 21:12-13 “Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; 13y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”.

La Escritura frecuentemente cita el respeto que se ha de tener al templo de Dios. Sólo se podía hacer y usar lo que la Ley estipulaba. Por ello, no se podía usar cualquier fuego, ni cualquier animal, ni cualquier persona podía entrar y servir en él. Es decir, había muchas restricciones pero no porque el templo en sí fuera objeto de veneración o por capricho; se trata de la casa de Dios, el lugar que Dios había escogido para manifestarse a su pueblo.

Este templo conocido como de Herodes, porque él lo mandó remodelar y engrandecer. La obra fue grandiosa, pues el rey idumeo trató de que fuera como el de Salomón, pero mucho más grande y suntuoso. El Templo con sus atrios era muy extenso, con un espacio muy grande conocido como el atrio de los gentiles. Ahí podían concurrir lo extranjeros, pero sin pasar de ahí, bajo pena de muerte.

Para entonces los israelitas habitaban en todo el mundo conocido, de manera que los que acudían a las fiestas a Jerusalén, eran de muchas nacionalidades -como sucedió en la fiesta de pentecostés- entre los que había “Partos, medos, elamitas, originarios de Mesopotamia, Judea, Capadocia, del Ponto y Asia, así como de Frigia y Panfilia, de Egipto y las regiones de África más allá de Cirene, además de romanos, cretenses y árabes” (Hch. 2:9-11).

Cada israelita mayor de veinte años debía pagar un impuesto de medio siclo, que equivale a 5.7 gramos. No se trataba de una moneda, sino de una unidad de peso. El problema se presentaba en el hecho de que en esa época no existía una tabla de equivalencias internacionalmente aceptada, cada nación y región tenía sus propias unidades. De manera que al venir de tan lejos y presentar su impuesto había que ajustarse al tipo de cambio. Por eso se hicieron necesarios los cambistas.

Lo mismo ocurrió con los animales para los sacrificios. Era difícil recorrer tan grandes distancias, y se complicaba más si se deseaba viajar con los animales destinados para ser sacrificados, llegaban cansados y maltratados, por lo que no podían ofrecerse. La Ley establecía que los animales tenían que ser limpios, sin mancha, no cojos ni tuertos, de un año, es decir, demasiados requisitos para arriesgarse a llevarlos, lo mejor sería comprar los que ya estaban certificados por las autoridades del templo en Jerusalén.
Esto habla de una enorme franquicia ligada al templo, lo que a su vez implicaba discusiones por los excesos al determinar el tipo de cambio del siclo y los regateos por el precio de los animales. Imagínense los mugidos y balidos, estiércol por todas partes y el mal olor que eso conlleva. Todo, menos la reverencia que el lugar debería imponer.

Tal situación indigna a Jesús de manera que echa fuera de ahí a los cambistas y los vendedores de animales. Eso debió armar un gran revuelo. Es de sorprender este acto por la cantidad de comerciantes que había y porque Jesús no estaba facultado formalmente para hacerlo, él no era sacerdote ni autoridad del templo, tampoco autoridad civil para que pudiera decidir qué hacer o no en esa área. Su argumento fue “porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos”. (Is. 56:7) y les dijo también “¿Es cueva de ladrones delante de vuestros ojos esta casa sobre la cual es invocado mi nombre?” (Jer. 7:11-12). Es decir, apeló a la Escritura para justificar su acción contra los comerciantes. El templo debía ser un lugar en que la gloria de Dios se manifestara, y estar dedicado a la oración, a la búsqueda de Dios y no al tráfico de bienes. Jesús quiere restaurar el propósito para el que se construyó el templo que es la adoración a Dios. Jesús entro como Rey a Jerusalén, ahora actuaba como tal, imponiendo su autoridad.

Los israelitas en el Antiguo Testamento llamaban al templo “la casa de Dios”, pero Jesús se refiere a ella de una forma que sólo el Mesías podía hacerlo. Él dijo “Mi casa”, de esta manera reclama su título de Hijo de Dios y proclama su divinidad.

Para Meditar: Jesús dijo a la samaritana que había llegado el tiempo en que la adoración a Dios ya no sería ni en el monte de Samaria ni en Jerusalén, que ahora sería en espíritu y en verdad (Jn 4:23,24). Pablo dirá después que somos templo del Espíritu Santo (1Co 3:16), y este también debe ser limpiado, para orar y buscar a Dios. Cuidemos de no convertirlo en cueva de ladrones cuando honramos más a otras cosas que a Dios, y damos más valor al dinero y a los bienes que al que nos salvó del pecado y de la muerte. Nuestro Dios reclama exclusividad.

Texto Controversial: El hecho de permitir negocios en nuestros lugares de reunión puede ser controversial. Es verdad que nuestros edificios no son el templo de Dios (en el sentido espiritual), pero sí han sido consagrados para fines espirituales y no de lucro, de manera que quizá como Jesús, debemos evitar que se usen para este fin. No necesariamente que se prohíban los tratos comerciales entre los creyentes, pues sería correcto preferir a nuestros hermanos en la fe para el consumo de bienes y servicios sobre quienes no lo son, pero sí, a que los mismos se hagan en el contexto de la iglesia o aprovechándose de ella; además, todo trato tendría que hacerse con absoluta integridad.