Quizá al percatarse del tumulto saliendo del templo, los ciegos y cojos que usualmente pedían limosna a las puertas del templo (desde los días de David no se les permitió entrar al templo (2 S. 5:8), se animaron a entrar para llegar hasta Jesús, quien se compadece de ellos y son sanados.
La molestia para los principales sacerdotes y los escribas se acumulaba; no sólo sanó a los cojos y ciegos dentro del templo, sino también tenían que soportar las expresiones de los muchachos, que a ellos le sonaba a blasfemia. ¡Oh sálvanos Hijos de David! Es probable que buscaran que Jesús dijera algo comprometedor a fin de poder acusarlo, pero la sabia respuesta de Jesús no se los permitió. “De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza” (Sal. 8:2). Este Salmo dice que la gloria y el poder de Dios es tan evidente que es imposible no verlo, que aun los bebés se dan cuenta de eso, pero ellos, sacerdotes y estudiosos de la Ley no pueden notarlo, incluso atribuyen sus obras a Belcebú. Es decir, quienes debían haberlo reconocido se convirtieron en sus peores enemigos. De manera que los acusadores resultan acusados de ignorancia y dureza de su corazón.