Nadie debe jurar en falso. De hecho Jesús no concebía la idea del perjurio, más bien animó a ser firmes en cada una de nuestras declaraciones; porque el hombre de doble ánimo nunca es constante (Stgo.1:8) por lo tanto no es confiable y carece de integridad. En cambio, la escritura nos enseña que debemos siempre hablar con la verdad ante los demás creyentes (Efe.4:25) y ser firmes con todos nuestros compromisos (Ecl 5:4).