En medio de la disertación sobre lo terrenal y lo celestial, aparece esta declaración a primera vista fuera de contexto, pero en realidad es la fuerza de cohesión de esta sección de su sermón. La lucha no es sobre cosas superfluas sino sobre la luz y las tinieblas, la vista y la oscuridad; la permanente lucha entre el bien y el mal.
El ojo es la clave. De cómo veamos las cosas dependerá el orden de nuestras prioridades. Qué vemos, y cómo lo vemos es la pregunta; la luz o tinieblas que penetren por nuestros ojos definirán las prioridades que tengamos en la vida. Cuidemos pues la forma de ver las cosas, no sea que la luz que suponemos tener, sea en realidad un mundo de tinieblas que nos aleja de lo valioso y eterno.