Juan no discutió acerca de su autoridad para bautizar. Nuevamente desvió la atención de sí y la enfocó en el Mesías. Habló del Ungido como alguien que venía después de él, y que además era mayor que él, que bautizaría con el Espíritu Santo (Lc 3:16). El Mesías es tan grande que Juan se sintió indigno de siquiera desatar la correa de su calzado, una tarea que solamente hacían los esclavos.