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Jesús se aparece a María Magdalena, Jn 20:11-18.

Jn 20:16-18 “Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas".

Jesús levantó la voz para hablar, marcando con firmeza su intención de hacerse conocer por María. Además, le llamó por su nombre, ¿cómo un desconocido sabía el nombre de esta atribulada mujer? El corazón dio un vuelco dentro de María. En cuestión de segundos cruzaron ideas y conjeturas que la llevaron a una sola conclusión: ¡Raboni! Un grito de sorpresa y júbilo mezclados que era producto de la alegría que la invadía en ese momento. Su Maestro, aquel que la había hecho libre de siete demonios está vivo (Lc 8:2). No hay razón para llorar ni para sufrir, pero sí para gozar y adorar.

Textos Controversiales: El hecho de que Jesús le haya dicho a María no me toques, pero a Tomás y los demás discípulos sí les haya permitido hacerlo parece una contradicción, sin embargo, la idea de esta expresión da a entender que la actitud de María era de un apego desmedido a Jesús. Quizá le estaba pidiendo a María que no se aferrara a una relación temporal como la de un Maestro terrenal y su discípula, pues ahora su comunión será mayor: espiritual y eterna.

La frase mis hermanos, revela un proceso constante y creciente en su relación con los que primeramente serían sus discípulos (Mt 10:1), luego, siervos (Jn 15:20), después, amigos (Jn 15:14,15) y, por último, los llamó mis hermanos. Cuánta dicha y bendiciones trae la resurrección de Jesús a su pueblo. Ahora no solo podemos ser sus amigos, sino también sus hermanos. Con razón Pablo afirma que entonces somos coherederos con él (Ro 8:17).

El hecho de que Jesús escogiera a una mujer para ser la primera en verle resucitado tiene implicaciones del lugar que ocupa la mujer en el corazón de Dios, restituyéndole lo que el pecado le arrebató (Gn 3:16), y cómo Él desea verlas involucradas en su servicio, pues, sin lugar a dudas, puede afirmarse que María se convirtió en la primera evangelista de la Iglesia, llevando las buenas nuevas de la resurrección de su amado Maestro.