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La resurrección, Jn 20:1-10.

Jn 20:3-7 “Y salieron Pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró. Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte".

Es una creencia común, que Juan era joven mientras que Pedro era ya un hombre en edad madura, lo que permite suponer la razón por la cual, aunque al principio iban juntos, quizá caminando, al empezar a correr fuera normal que la juventud de Juan le permitiera llegar primero; sin embargo, el temperamento de Pedro lo llevó a superarlo en acción al entrar al sepulcro antes que él.

Nota al texto: La forma en que el escritor se ocupó de los detalles, permite argumentar a favor de la autoría de un testigo vivencial. Una vez más pueden verse particularidades que solo una persona que las vivió podía recordar con tal viveza.

Por la expresión bajándose a mirar se entiende que el sepulcro tenía un declive quizá con un escalón para descender y entrar, por lo que Juan se quedó a la entrada y se tuvo que inclinar para ver bien hacia dentro, pero, cuando llegó, Simón Pedro se adelantó y entró para ver con mucha mayor precisión lo que había dentro.

Uno y otro, sin embargo, fueron testigos de lo que había adentro, y de lo que no había; y entonces el argumento del robo se tornaba ilógico porque, si lo robaron, ¿cuál era la necesidad de quitarle los lienzos y sudarios al cuerpo? Y, además, ¿quién roba algo y tiene tiempo de acomodar las demás cosas que deja en el lugar del robo?

Pedro y Juan estaban atónitos, si no fue robado, ¿entonces qué pasó con el cuerpo del maestro?

El sudario que se menciona era una pieza común en el tiempo de Jesús. Podría decirse que básicamente era un pañuelo grande para el sudor del rostro. En el caso de los muertos, un sudario se usaba para envolver la cabeza; de tal manera que cumplía la función de los lienzos para el cuerpo, tal y como se observa en la historia de la resurrección de Lázaro (Jn 11:44).

La idea de la resurrección empezó a surgir en sus mentes, aunque vaga todavía, porque imaginar que resucitó era la única explicación con sentido para lo que veían sus ojos. Todo estaba en orden; lienzos, sudario, cada cosa en su lugar como diciendo que Jesús resucitó y se tomó el tiempo para quitarse todo eso, doblarlo, enrollarlo y colocarlo en su lugar, como quien no tiene prisa alguna, porque es dueño y Señor de la vida y de la muerte; no hubo nada que le impidiera levantarse y salir de ese sepulcro.

Quedaba aún la piedra, pero, como pudo verse en los eventos de esa noche, no había nada que impidiera a Jesús traspasar paredes y piedras. En Mateo 28:2 se dice que el ángel removió la piedra, no para que saliera Jesús necesariamente, sino para que los discípulos pudieran entrar y ver con sus propios ojos la evidencia, y poder testificar al mundo de la resurrección de su Maestro. La tumba abierta y vacía está para probar que vive él.