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Apacienta mis ovejas, Jn 21:15-19.

Jn 21:18-19 “De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme".

Ahora, estaba listo para saber la verdad más dura, su falla el día de la captura de Jesús no sería nada comparada con el sufrimiento que experimentaría por causa de su nombre. La invitación de Jesús, sígueme, era una confirmación de lo que había ocurrido hace tres años, cuando a la orilla de ese mismo mar se habían conocido (Mt 4:19). Ahora, con pleno conocimiento de causa, Pedro aceptaba el reto para nunca más soltar el arado (Lc 9:62).

Jesús profetizó sobre su siervo, su futuro apóstol y primer predicador a judíos y gentiles, morirás de una manera que ni siquiera ahora puedes imaginar, y tu muerte por dolorosa y terrible que sea será un instrumento para dar gloria a Dios. Pero Pedro no era el mismo después de tres años, y nunca más lo sería después de este encuentro personal e íntimo con Jesús. Faltaba sólo algo más que catapultaría su ministerio, en el ya próximo día de Pentecostés se cerraría el círculo para capacitar a este incansable predicador y ganador de almas (Hch 2:14,41).

Para Meditar: Jesús había profetizado la caída y restauración de Pedro (Lc 22:31,32); y así como lo volteó a ver cuando eso ocurrió (Lc 22:61,62), en señal de que sabía lo que había pasado, ahora Jesús tomaba las medidas necesarias para que se cumpliera la segunda parte de la profecía: la restauración. La Iglesia de Jesucristo necesita mantener el espíritu de restauración que el maestro demostró, a fin de cuidar a aquellos que han fallado, y ayudarles a su completa reinserción en la vida espiritual y de servicio en la comunidad eclesiástica.

Nota de Carácter Ético: No basta con desear restaurar, es necesario cumplir una restauración en el tenor bíblico. Jesús reprochó de manera suave a Pedro, aunque firme. No lo exhibió nunca delante de sus compañeros. Lo integró para que se siguiera sintiendo parte del grupo (Jesús no hubiera aprobado la ley del hielo para su discípulo). Se tomó el tiempo de ir a buscar a Pedro; es decir, no se cruzó de brazos hasta que él se acercara. Creó el espacio y el ambiente necesario para la restauración. Permitió la cercanía de otro discípulo, alguien amigo de Pedro para que participe con él de la experiencia. Se centró en el verdadero problema y no en las circunstancias que lo rodeaban. Aquellos que hoy son responsables de atender las fallas de otros discípulos deberían seguir al pie de la letra el proceso de Jesús.

Nota Histórica: La tradición registra que la muerte de Pedro ocurrió en el año 67 d.C., en Roma y bajo el emperador Nerón. Tanto Orígenes, como Eusebio de Cesarea, el primer historiador cristiano, establecen que Pedro murió crucificado, pero que al saber que su muerte sería igual que la de su Señor, se consideró indigno de tal honor y pidió ser crucificado de cabeza, lo cual se le concedió. Así muere el primer apóstol que predicó a judíos y a gentiles, el sencillo pescador de Galilea, pero poderoso pescador de hombres, cumpliendo la profecía de su Señor, a quien honró el resto de su vida.