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La plenitud del Espíritu en el creyente, 4:14-39  

Jn 4:32-39 “Él les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis. Entonces los discípulos decían unos a otros; ¿Le habrá traído alguien de comer? Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra. ¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega. Porque en esto es verdadero el dicho: uno es el que siembra y otro es el que siega. Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores. Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho”" 

Cuando Jesús enseñaba, algunos lo entendían en un sentido equivocado. Con Nicodemo habló del nuevo nacimiento, y éste entendió el nacimiento natural. Con la samaritana habló del agua viva, mientras ella pensaba en el agua física. Ahora a sus discípulos, les habla de la comida espiritual y ellos discuten sobre la comida natural. Hasta llegaron a preguntarse si alguien ya le había traído de comer, pues Jesús ya no tenía apetito.

“Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (vv.34) fueron las palabras del Señor Jesucristo. Él es el único hombre que fue y será perfectamente obediente a la voluntad de Dios Padre (Jn 14:23; 6:38; Mt 26:39).

“Del que me envió”. Jesús reconoce que es enviado para hacer la voluntad de Dios. No es lo que él quiere, siempre será lo que el Padre desea. Sus obras muestran lo antes dicho (Jn 5:36; 17:4; 10:18; 6:38; 8:29)

“He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega”. Lo sucedido en Samaria era un anticipo de lo que habría de pasar en el mundo: una cosecha espiritual. En el ámbito natural, se siembra el trigo y después de cuatro meses se puede cosechar. Pero en el caso de Samaria, Jesús, unas horas atrás había sembrado y ya se estaba segando. La semilla sembrada de las buenas nuevas de salvación puede dar fruto inmediatamente. Lo increíble es posible. Tanto el sembrador como el segador pueden disfrutar del fruto que es para vida eterna.

Para los judíos, la época de la siembra era un trabajo duro, y la siega el momento de la recompensa. El salmo 126:5,6 dice: “los que sembraron con lágrimas con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa simiente, más volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”.

El proverbio que menciona el Señor Jesucristo de “uno es el que siembra y otro es el que siega” era muy citado entre el pueblo. Recordemos que era un pueblo agrícola. Éste proverbio, aplicado a la esfera espiritual nos recuerda que somos instrumentos en las manos de Dios. Todos somos miembros del Cuerpo de Cristo y con funciones diferentes. A unos les tocará el arduo y sufrido trabajo de sembrar, y otros levantarán los frutos de la cosecha.

Pablo dijo en 1 Corintios 6:8: “yo les anuncie a ustedes la buena noticia de Jesucristo, y Apolo les enseñó a seguir confiando en él, pero es Dios quien los ha hecho confiar más en Cristo. Así que lo importante no es quien anuncia la noticia ni quien la enseña; el único importante es Dios, que es quien aumenta nuestra confianza en Cristo. Tanta importancia tiene los que anuncian la noticia como los que enseñan. Cada uno de ellos recibirá su premio, según el trabajo que hayan hecho”.

Para Meditar: Los obreros de Dios debemos ser sensibles a los tiempos de siembra y cosecha. Hay ocasiones en que los campos están blancos, listos para recoger el fruto y los obreros no tienen ese discernimiento para ver los campos, y esa cosecha se pierde. Debemos estar atentos a las oportunidades. Habrá épocas en que los corazones de las personas están sensibles y necesitados de las buenas nuevas de salvación. Sembremos la semilla en el corazón de esas personas. Qué triste sería dejar pasar esa ocasión y perder una vida. Abramos muy bien nuestros ojos espirituales para ver las oportunidades que se presentan y dar un buen reporte de trabajo a nuestro Señor Jesucristo.