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Jesús, el pan de vida, Jn 6:25-59  

Jn 6:37-40 “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero"

La declaración de Jesús en el v. 38: “he descendido del cielo”, tiene implicaciones muy fuertes. Dicha declaración comprende la señal del cielo que buscaban los judíos (v. 30); él mismo es la señal, el haberse hecho hombre fue más que una señal, fue la cumbre de su humillación para nosotros, misma que comprende nuestra sustitución. ¿Hay algo más que pedir, qué desear? ¿Qué más debe hacer Jesús? Si a través de ello tenemos entrada a la vida eterna, por eso al que viene a Cristo, “no le echa fuera”, porque, ¿quién más, sino Jesús, conoce nuestra desventura? Él sabe que sin su ayuda estamos abocados a la más cruel perdición. Gracias Jesús.

Asimismo, nuestro Señor deja bien en claro que no vino a este mundo para hacer su voluntad, sino la voluntad del Padre, misma que expresa en una declaración que se repite en los vv. 39 y 40: “Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero”; “Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”. Seguimos considerando el mismo tema de la salvación por gracia. La voluntad de Dios es que ninguno se pierda (1 Tim 2:4; 2 P 3:9). Al estar en Cristo no hay condenación alguna (Ro 8:1). Al atraer a los hombres a Cristo, mediante la obra poderosa del Espíritu Santo (Jn 16:8-11), estos alcanzan a vislumbrar la vida eterna, por ver a Cristo y creer en él para salvación.