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Los fariseos interrogan al ciego sanado, Jn 9:13- 34  

Jn 9:18-27 “Pero los judíos no creían que él había sido ciego, y que había recibido la vista, hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista, y les preguntaron, diciendo: ¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora? Sus padres respondieron y les dijeron: Sabemos que éste es nuestro hijo, y que nació ciego; pero cómo vea ahora, no lo sabemos; o quién le haya abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos; edad tiene, preguntadle a él; él hablará por sí mismo.
Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que, si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: Edad tiene, preguntadle a él. Entonces volvieron a llamar al hombre que había sido ciego, y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es pecador. Entonces él respondió y dijo: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo. Le volvieron a decir: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos? El les respondió: Ya os lo he dicho, y no habéis querido oír; ¿por qué lo queréis oír otra vez? ¿Queréis también vosotros haceros sus discípulos?"

Los padres de aquel hombre fueron convocados como testigos. La entrevista se dio porque los fariseos no pudieron unificar una decisión sobre los hechos de Jesús, sino que necesitaron más información de personas cercanas al que fue sanado (v.8). Los fariseos vieron el hecho del milagro como falso y sospecharon de una confabulación entre Jesús y aquel hombre; por tal razón, se reunieron con aquellos familiares.

La pregunta fue triple y en estricta formalidad jurídica: Primero, ¿Es este tu hijo?; segundo, ¿Había nacido ciego?; y por último ¿Cómo es que ahora ve? Así que, los padres del hombre respondieron sin vacilar a las dos primeras preguntas: él es nuestro hijo; él es ciego desde el nacimiento y, por ende, ha ocurrido un auténtico milagro. Pero no estaban dispuestos a dar una respuesta completa a la tercera pregunta. Evitaron identificar a Jesús para protegerse de futuras represalias y los refirieron hacia el hombre sanado, quien era capaz de dar testimonio legal por sí mismo (todo judío se convertía en adulto responsable a la edad de trece años).

Nota histórica: Cabe recalcar, que la excomunión que se ejercía en contra de una persona constaba de tres etapas: la primera llamada de “reprensión” era ligera, duraba de siete a treinta días. La segunda llamada era “empujado hacia afuera”, que duraba treinta días con una segunda amonestación que constaba de treinta días más, en total, sesenta días. La amonestación se pronunciaba en una asamblea de diez y estaba acompañada de maldiciones, y a veces proclamada con la ráfaga del cuerno para que todos se enteraran. No serían admitidos en ninguna asamblea de diez hombres, ni a la oración pública. La gente se mantendría a distancia de ellos. Y en la tercera etapa, que era la verdadera “excomunión”, cuya duración era indefinida, se le trataba como a un hombre muerto, o como a un leproso, ya que ninguna relación debía mantenerse con él; no se le debía mostrar el camino, y aunque podía comprar lo necesario para vivir estaba prohibido comer y beber con él. Los fariseos ya habían acordado, es decir, habían formado un acuerdo que quién confesara a Jesús como el Cristo debía ser excomulgado. Y por ello los padres de aquel hombre sanado guardaron silencio.

Por lo tanto, su desdén hacia Jesús está reflejado en la frase: ese hombre es pecador (v.24). Para los fariseos, un pecador era alguien que rompía las tradiciones orales, así como la ley mosaica. Ellos pudieron negar el milagro, pero esperaron a que el hombre atribuyera el milagro a Dios y no a Jesús. La frase: nosotros sabemos, fue enfática y expresaba que solo ellos se consideraban los verdaderos sabios y guardianes de la religión.

El apóstol Juan consideró el hecho de confesar a Jesús como el Mesías, como una prueba de fuego que identificaba a los cristianos genuinos. El evangelio de Juan comprende toda la revelación bíblica acerca del Mesías y señala que Jesús es divino y humano. Sin embargo, durante el ministerio de Jesús, confesar que él era el Mesías no implicaba necesariamente creer en su deidad (Jn 1:41; Mt 16:16); pero sí, que él era el prometido libertador mesiánico de Israel.

Para meditar: El amor a Dios produce en los creyentes una actitud valiente que no permite la intimidación ante aquellos que intelectualmente son superiores. La experiencia personal con Jesús nadie la puede refutar; no existe teoría científica, terrenal o sicológica que pueda desmentir lo que Cristo hace en el corazón de los que han sido redimidos y han experimentado el perdón de pecados, la sanidad del cuerpo y la restauración de la comunión. El testimonio personal es una herramienta poderosa para compartir de Jesús.

Los fariseos, habiendo fracasado en demostrar que Jesús era un pecador, ahora esperaban que aquel hombre sanado también lo declarara. Asumieron que glorificar a Dios y glorificar a Jesús eran dos cosas distintas. Por eso le dijeron: “glorifica a Dios, y di que Jesús es un pecador”. ¡Que error, porque glorificar al Hijo es glorificar al Padre!

El hombre sanado esquivó astutamente los señalamientos y se apegó a su milagro. Se negó a especular sobre la pecaminosidad de Jesús, pero si afirmó que fue el quien lo sano. Los fariseos encontraron en este hombre una especie de independencia y obstinación a la que no estaban acostumbrados: ¡él estaba seguro de que antes había sido ciego, pero que ahora veía!

Esta fue la cuarta vez que los fariseos le preguntaron cómo ocurrió el milagro (vv. 10, 15, 19, 26). El ciego restaurado se negó a revisar los hechos obvios porque sabía que ellos no querían la verdad, sino la información que podían usar en contra su sanador. No lo habían escuchado en el sentido de creerle la primera vez (v. 25). Con sarcasmo, el hombre sugirió: ¿Quieren también ser sus discípulos? Esta respuesta indicó que el hombre no sentía intimidación por parte de sus acusadores.