Nunca un ser humano se jactará de entender la manera de proceder de Dios. Su sabiduría es demasiado alta y sus pensamientos también lo son (Is 55:9), puesto que él trasciende la eternidad y va más allá de la comprensión humana. El Señor Jesús, continuando con el quinto “¡ay!” menciona que la sabiduría de Dios era enviar profetas y apóstoles a los hombres para anunciarles el camino de vida eterna, sin embargo, el final de éstos sería fatal.
A unos perseguirían casa a casa, incluso país a país, como fue el caso de Elías (1 R 18:10). Otros siervos del Señor fueron asesinados en manos del pueblo que los veneraba con hipócrita devoción. Enviar a sus siervos a Israel era la mejor manera de llegar a sus corazones. Desde el principio de los seres humanos, el Señor traza un hilo de la historia, citando a Abel, el hijo de Adán, quien muriera en manos de Caín su hermano (Gn 4:8) y desde él hasta el profeta Zacarías, el sacerdote hijo de Joiada (2 Cr 24:20-21) quien muriera en manos de sus hermanos judíos, por denunciar el pecado del pueblo. Todas estas muertes injustas serían demandadas a esa generación, y efectivamente, así fue.